¿Cuál es el ingrediente clave en las pastas de dientes? Claro… ya habrás leído el titular de este artículo y entonces esta pregunta tiene trampa, pero, aun así, casi seguro que habrías pensado en el flúor.
Los mártires del flúor
La historia del flúor es apasionante. Su aislamiento como sustancia pura data de finales del Siglo XIX y le valió al científico francés Henri Moissan un premio nobel en química. Hasta entonces, la relación de la humanidad con el flúor había sido muy complicada y, aunque se conoce y se usa desde el año 1500, dejó un rastro de científicos muertos a los que se les llama “Los mártires del flúor”. En aquel entonces el flúor, en realidad uno de sus derivados, se usaba en la industria metalúrgica para ayudar a fundir el hierro.
El flúor es un elemento químico muy inestable y reacciona vigorosamente casi con cualquier otro elemento. Por ejemplo, en contacto con el agua genera ácido fluorhídrico que resulta corrosivo y muy peligroso. La mayor complicación del flúor es que es un gas, de manera que puede inhalarse y convertirse en ácido fluorhídrico directamente en el interior de nuestro organismo. Cosa muy poco recomendable y muy poco compatible con la vida. De ahí los famosos “mártires del flúor”.
Ahora mismo estarás pensando cómo es posible que usemos semejante cosa para limpiarnos los dientes. Pues eso también tiene una buena historia.
Lugareños con manchas en los dientes, pero sin caries
A principios del S.XX los vecinos de Colorado Springs, en Estados Unidos, tenían diferentes teorías para explicar porqué sus dientes estaban tan manchados. Algunos decían que se era por comer demasiada carne de cerdo, otros decían que era por un defecto en la leche de las vacas de la zona, otros porque el agua era muy dura y otros que era una cuestión natural… los habitantes de esas tierras siempre habían tenido los dientes así. Daba igual lo que hicieran, sus dientes siempre estaban manchados y eran poco agradables a la vista. Fue entonces cuando Frederick McKay relacionó tres elementos que nadie había relacionado: las manchas en los dientes, la presencia de derivados del flúor en las aguas que bebían y la bajísima incidencia de caries dentales.
Los lugareños tenían los dientes feos, el esmalte dañado, incluso los dientes frágiles y rotos, pero no tenían caries.
La dosis hace el veneno
Hoy sabemos que nuestro querido Paracelso estaba parcialmente equivocado. Con el conocimiento científico en la mano no se puede afirmar que “la dosis diferencia el remedio del veneno” en el sentido en el que él lo decía. Pero en el caso del flúor sí se cumple esta premisa.
Pero antes de continuar vamos a atar un cabo suelto. ¿Cómo es posible que una sustancia como el flúor, que genera de forma espontánea en contacto con el agua componentes abrasivos tenga algún uso beneficioso para los seres humanos? La respuesta está en la química. El flúor que se usa en la pasta de dientes no está en forma de gas puro, ni mucho menos, si no combinado formando fluoruros como por ejemplo el fluoruro de estaño o fluoruro de sodio. Estos componentes son inertes y se pueden usar con total seguridad. Igual que se puede usar sal de mesa -el cloruro sódico- en la comida sin miedo a que se genera ácido clorhídrico que te destroce el estómago.
Un exceso de fluoruros, si bien no nos va a matar, si puede favorecer algunos problemas. Así que volvamos a Paracelso:
El flúor en concentraciones adecuadas previene la aparición de caries. Es un componente clave en los dentífricos ya que evita la aparición de caries allí donde el cepillo y la seda no son capaces de llegar y retirar el biofilm: los espacios interdentales y los pequeños surcos de las muelas.
El flúor en concentraciones inadecuadas produce lo que se conoce como fluorosis que en Colorado Springs conocen tan bien: aparecen manchas en los dientes y el esmalte se vuelve quebradizo. Y lo mismo ocurre en los huesos. La fluorosis puede provocar un problema de salud muy serio.
El equilibrio es posible, pero es dinámico
Inicialmente se empezó a añadir flúor a las aguas de bebida. Resultaba una manera fácil y económica de prevenir problemas de caries en toda una población, pero dar con la dosis adecuada para solo obtener los beneficios del flúor era difícil. Más tarde empezó a usarse de forma tópica con mejores resultados y menos problemas asociados.
Desde entonces la comunidad científica sigue buscando la concentración perfecta de flúor en las pastas dentífricas, geles y colutorios. Hay que encontrar el equilibrio para que el aporte de flúor sea beneficioso y no caer en excesos que nos lleven a fluorosis.
Las asociaciones de ondontólogos y especialmente los odontopediatras (ya que el flúor es muy importante en la edad infantil) explican que hay dos cuestiones clave:
– La concentración de flúor en la pasta.
– La cantidad de pasta en el cepillo.
Estas son las recomendaciones de la Sociedad Española de Odontopediatría:
- Desde la salida del primer diente hasta los 2 años: pasta de dientes con 1000 ppm de flúor, y aplicar una cantidad de pasta equivalente a un granito de arroz sobre el cepillo.
- Entre los 2 años y los 6 años: pastas con 1000 ppm de flúor y una aplicar una cantidad similar a un guisante sobre el cepillo.
- Mayores de 6 años y adultos: Pastas con 1450 ppm de flúor y aplicar pasta suficiente para cubrir la longitud del cepillo.
Estas son las recomendaciones generales. En determinados casos, un odontólogo puede recomendar dosis mayores de flúor y hay pastas específicas de hasta 2500 ppm.
La clave de la higiene dental no es la pasta
La calidad de la pasta es muy importante, por supuesto, pero la clave de la higiene bucal es la técnica del cepillado y el estado del cepillo.
Desde las farmacias recomendamos el cambio de cepillo con cada cambio de estación y usar siempre un cepillo suave. Es recomendable cepillarse los dientes después de cada comida y, especialmente, antes de acostarse.
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