La historia de los medicamentos está llena de curiosidades. La aspirina es uno de los medicamentos más usados de las últimas décadas, pero pocas personas conocen su origen.
La historia de la aspirina
A principios del siglo XX, Bayer Dye Works era una empresa alemana líder mundial en la producción de tintes. Durante su fabricación obtenían como residuo un derivado del alquitrán. La química estaba en pleno desarrollo y ese alquitrán era una magnífica materia prima para investigar en la búsqueda de diferentes productos, entre ellos, medicamentos. El primer fármaco que Bayer sintetizó fue la fenacetina, un compuesto con capacidad para bajar la fiebre y aliviar el dolor, precursor del Paracetamol que tanto se usa hoy en día.
Años más tarde fueron capaces de sintetizar ácido salicílico, y como sabían que la brea de la que partía tenía capacidad antiséptica, probaron a frotarse el ácido salicílico sobre la piel y a tragarlo, pensando que actuaría como un antibiótico. Desgraciadamente no fue así. El ácido salicílico es muy irritante, especialmente por vía oral. De hecho, hoy se usa para «quemar verrugas». Lo que descubrieron, de forma fortuita, fue que bajaba la fiebre.
Los químicos de Bayer pensaban que era posible modificar la molécula del ácido salicílico para que resultase menos irritante y poder aprovechar su efecto contra la fiebre, que por aquel entonces era un problema de primera magnitud. Y de hecho lo consiguieron mediante un proceso llamado «acetilación» que era relativamente sencillo y barato. Y con esto descubrieron el ácido acetil salicílico, y lo comercializaron con el nombre de Aspirina®.
A modo de anécdota, los mismos químicos de Bayer trataron de acetilar otras moléculas con acciones interesantes pero con algunos problemas. Entre ellas la morfina, que había revolucionado la guerra en Estados Unidos, pero creó una generación de soldados morfinómanos. Acetilaron la morfina con intención de reducir la dependencia que creaba y hacerla más tolerable, y durante algún tiempo creyeron que lo habían conseguido. La molécula que crearon tardaba un poco más en crear dependencia, pero cuando la creaba era mucho mayor que la de la morfina. Habían sintetizado la heroína, una de las drogas de abuso más terribles de la historia.
La aspirina® no solo bajaba la fiebre, como el ácido salicílico, sino que además, y sin que nadie lo esperase, sumó la capacidad de reducir la inflamación y el dolor. Y esto la convirtió rápidamente en un medicamento muy utilizado tanto en adultos como en niños.
La aspirina infantil y el síndrome de Reye
La aspirina® infantil o aspirineta® se usó en niños rápidamente. Resultaba un medicamento fácil de administrar a los niños porque tenía un buen sabor y con una dosis pequeña (una quinta parte de la aspirina® de siempre) la fiebre y el dolor remitían rápidamente.
El desarrollo de la Farmacovigilancia -que es el seguimiento de la seguridad de los medicamentos a lo largo del tiempo- hizo que en junio del 2003 la aspirina infantil® dejase de usarse en niños. Esto ocurrió porque saltó una alerta importante. Se relacionó el uso de ácido acetilsalicílico en cuadros febriles en niños menores de 14 años y la aparición de un síndrome tóxico: El síndrome de Reye.
Establecer la relación entre los dos eventos fue muy difícil porque hubo muy pocos casos de Síndrome de Reye, y la aspirina® infantil era muy usada. Sin embargo, la gravedad del síndrome de Reye hizo a las autoridades sanitarias desaconsejar su uso en menores de 18 años.
El síndrome de Reye no tiene una causa conocida, provoca problemas en el hígado y en el cerebro graves, muchas veces irreversibles.
La aspirina® sigue siendo segura
A pesar de eso, la aspirina® sigue siendo un medicamento seguro. Como todos, debe usarse con cuidado, y pensando siempre en que deben ser utilizados solo cuando son necesarios, seguros y eficaces. No se ha reportado ni un solo caso de Síndrome de Reye en adultos tratados con ácido acetil salicílico en todos estos años de uso. De manera que puede usarse con tranquilidad. De hecho, sigue siendo una de las moléculas más recetadas en España, a dosis bajas y de forma crónica, para evitar la formación de trombos.
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