A todos nos encanta “vernos bien”. El aspecto tiene mucho peso en la sociedad actual. Cuidamos nuestro cuerpo, nuestra apariencia y por supuesto, nuestro rostro. La cara es nuestro gran escaparate hacia el mundo. Por esta razón algunas afecciones de la piel, como la cuperosis y la rosácea, traen consigo un impacto negativo en la calidad de vida de quien las padece. Empezando por los problemas derivados de las propias alteraciones físicas hasta la pérdida de autoestima. Por todo ello, vamos a conocer más a fondo estas enfermedades y aprenderemos cómo prevenirlas o tratarlas si ya han aparecido.

Empecemos por definir la cuperosis y la rosácea. La primera es una afección dermatológica caracterizada por la aparición de rojeces, irritaciones y capilares dilatados visibles en la zona de las mejillas. Si una piel con esta alteración no se cuida adecuadamente, con el tiempo puede transformarse en rosácea. La rosácea es un problema más serio.

Hablamos de una enfermedad inflamatoria crónica que cursa en brotes y afecta a la parte central del rostro: frente, nariz, mejillas y mentón. Su irrupción suele detectarse entre los 30 y los 60 años, afectando en mayor porcentaje a las mujeres, aunque más gravemente a los hombres. Es más común en personas de piel clara y delicada.

Los síntomas más frecuentes de la rosácea, que pueden variar de una persona a otra, son el enrojecimiento de la cara, inicialmente transitorio y que puede llegar a ser persistente, dilataciones vasculares (las denominadas arañas vasculares), la presencia de pápulas o pústulas (parecidas a las lesiones producidas por el acné juvenil) y la rinofina (hinchazón, engrosamiento y deformidad de la piel, sobre todo en la nariz de los varones). Todas estas alteraciones pueden venir acompañadas de picor, quemazón, sensibilidad cutánea, edemas o lesiones oculares. Aunque la rosácea es, por lo general, una enfermedad benigna, quienes la padecen pueden sentirse afectados por los deterioros que produce en su imagen personal.

Para un correcto abordaje de la enfermedad hay que comenzar por controlar los brotes y así frenar la evolución de la enfermedad, evitando factores desencadenantes y aplicando unos cuidados básicos.

Factores desencadenantes

Para prevenir la aparición de los brotes recomendamos evitar la exposición a factores que favorezcan la dilatación de los vasos sanguíneos. Estos factores predisponentes no influyen por igual en la manifestación de la rosácea. Lo que afecta a un paciente, puede no afectar a otro. Podemos llevar un registro en el que anotemos lo que nos ha provocado un episodio de rojeces para poder evitar su exposición.

Hay más de una decena de factores que debemos tener en cuenta: los cambios bruscos de temperatura, la exposición al sol, el consumo de alcohol y tabaco, la ingesta de alimentos muy calientes o picantes, el estrés y la ansiedad, el ejercicio físico intenso, los cosméticos con contenido alcohólico, cambios hormonales (durante el ciclo menstrual o la menopausia), el uso continuado de corticoides tópicos, los medicamentos vasodilatadores… Son muchos, pero si somos meticulosos con nuestro registro, podremos conocerlos y evitar o limitar en lo posible exponernos a ellos.

¿Cómo podemos cuidar nuestra piel si padecemos rosácea?

Existen diferentes tratamientos farmacológicos destinados a controlar los brotes y detener el avance de la enfermedad. Suelen ser medicamentos tópicos aunque en cuadros más graves puede ser necesario recurrir a tratamientos orales

En cuanto al tratamiento no farmacológico, hay una serie de cuidados básicos y recomendaciones que puedes seguir en tu día a día.

Limpieza

Una buena limpieza es fundamental ante una piel con rosácea. Lo haremos dos veces al día, por la mañana y por la noche, retirando siempre los restos de cosméticos, maquillaje, polución y, sobre todo, las bacterias que pueden estar asociadas a la aparición de rosácea. Disponemos de productos específicos para pieles sensibles con rojeces, que no requieren aclarado, además no causan irritación y alivian la sequedad y el enrojecimiento. Evitaremos usar agua muy caliente o muy fría sobre el rostro y el uso de exfoliantes mecánicos ni químicos.
Después de la limpieza es aconsejable esperar unos minutos antes de aplicar el tratamiento farmacológico si nos lo han recetado.

Hidratación

La mayoría de los problemas cutáneos requieren de una buena hidratación y la rosácea no podría ser menos. Nuestro objetivo será encontrar un producto, bajo la tutela del profesional sanitario, que consiga mantener íntegra la barrera cutánea frente a factores externos que puedan irritarla. También es recomendable el empleo de aguas termales que además de un efecto calmante favorecen la hidratación aliviando la sensación de escozor y picor.

Protección solar

La exposición al sol, como ya habíamos explicado, está relacionada con la aparición de brotes de rosácea. Usaremos fotoprotectores solares para pieles sensibles factor 50 con filtros físicos y que ofrezcan protección contra la radiación UVA y UVB. Aunque estemos en invierno o el cielo esté nublado, aplicaremos la protección todos los días, y lo renovaremos varias veces al día.

Maquillaje

Muchas personas sienten la necesidad de disimular las rojeces detrás del maquillaje para mejorar su aspecto físico. Podemos aplicar correctores de color verde para disimular la intensidad de las rojeces una vez que hayamos limpiado e hidratado la piel, de esta manera la rojez se volverá gris y será menos visible debajo del maquillaje. Para maquillarnos utilizaremos productos específicos para pieles con rojeces, reactivas e intolerantes, que sean no comedogénicos, sin perfume y fáciles de extender.

Afeitado

En varones con rosácea es aconsejable el uso de maquinillas eléctricas en vez de las clásicas cuchillas. De esta manera se evita, en parte, la agresión irritativa. Además, debe evitarse el uso de after-shave con componentes alcohólicos en su composición, simplemente bastaría con el uso de un producto con textura gel que restaure la barrera lipídica y calme la piel después del afeitado.